ENFOQUE DIALÉCTICO
.
Revolución Educativa y
Revolución Cultural (I).
Por: Willmer Chang (*)
“¡Educación!,
¡educación!, ¡educación!: he allí la base fundamental de la conciencia, del
despertar y de la
Revolución.”
HUGO CHÁVEZ
Aló
Presidente N° 256.
Ciudad Sagrada de Tiwanaku, Bolivia; 28 de mayo de
2006.
La educación como resultado en el proceso histórico nunca ha sido neutral.
Siempre ha estado acompañada de intereses o necesidades que condicionan su
aplicabilidad. Es precisamente el punto de partida para la comprensión y
comparación de dos momentos históricos en el sistema educativo venezolano. Como
es de esperar, no escapó Venezuela a la imposición de patrones educativos que
nada tenían que ver con su realidad, o con sus necesidades. Una educación impuesta
desde el nexo colonial, y que permaneció intacta hasta el siglo XX.
Otrora, la intención del sistema de educación formal venezolano consistía
en generar dinámicas instruccionales para mano de obra en la población que
podía acceder a este sistema (pues la exclusión era consecuencia del clasismo y
las condicionantes socio económicas), desarrollando un desarraigo con respecto
a la esencia de los pobladores y su identidad. Se preparaba técnicamente a la
mano de obra para vender su fuerza de trabajo. Solo debía saber aquel sujeto
del hecho educativo algunos “datos” generales de la concepción occidental
educativa, donde el “alumno” solo es una alcancía para recibir conocimientos
fragmentados, sin cuestionar, sin reflexionar, sin hacer aportes, o en algún
caso intuir una percepción real de lo que significa su existencia en sociedad.
El sistema capitalista, desarrolló procesos de alienación y enajenación en el
antiguo proceso educativo. En efecto el ser humano también se convierte en
mercancía, solo comprable si es hábil o formado en determinadas artes
laborales, o capacitado en determinadas áreas primordiales. Un divorcio total
entre el individuo y su contexto social, cultural e histórico.
Hecho que progresivamente hizo de la educación en Venezuela un simple
formalismo para captar esas grandes masas trabajadoras sin conciencia de la
categoría lucha de clases. Y mucho menos la coherencia o correspondencia de ese
sistema educativo con un plan de desarrollo nacional verdadero. Nuestra
educación, así como la tesis impositiva de los centros hegemónicos de poder
sobre los estados nación, era evidentemente limitada por intereses de carácter económico. En algún caso podemos
afirmar que fue inducida la aplicación de dicho sistema. Se logró luego
influenciar mediáticamente por décadas un comportamiento foráneo, un tecnicismo
desaforado, un burocratismo acentuado, la imposición de antivalores, la cultura
del consumismo, el fomento de la violencia y la ficticia premisa de la
formación en función de las necesidades personales. Característica heredada del
capitalismo, en donde la competencia y el individualismo son la nota
predominante. Adicionalmente, la infraestructura de los centros educativos, el desarrollo
programático, la orientación curricular, la investigación, las condiciones
socio laborales del profesorado y de los participantes del hecho educativo, eran
por decir lo menos, precarias. A medida que galopaban las fauces del
Neoliberalismo en Latinoamérica, nuestro país fue objeto de las más espantosas
tesis en donde la educación debía privatizarse.
Era la renuncia del Estado sobre uno de sus más sagrados deberes: la
educación pública y gratuita. En este contexto, se convierte un verdadero lujo
estudiar. Si se logra el ingreso al sistema desde primaria, se debía contar con
el aval económico para llegar al siguiente nivel. La educación media se
“diversificó”, se “fragmentó”, orientándola solo a conocimientos muy
específicos para darle respuesta a las
grandes corporaciones económicas. Era frecuente observar una obcecado interés
en renunciar a las ciencias sociales, las ciencias económicas, y con mayor
interés las ciencias políticas como parte de la formación de las juventudes. En
parte por no generar esa necesaria conciencia reflexiva y crítica en dicha
población estudiantil. La historia estaba destinada a moldear solo un culto
efímero sobre ciertos personajes, sin contenido real, o sobredimensionado.
Una historia fría y distante. Una educación que no contemplaba la
explicación sobre el principal recurso económico (el petróleo), conocimiento
solo reservado para élites burguesas tecnócratas que eran formadas en el
exterior. Una educación que no daba respuesta clara sobre lo que significaba el
Estado como interrelación de la población y su gobierno, en el sistema democrático
y plural, ni mucho menos interesada en la divulgación del papel de las mayorías
en el ejercicio real del poder. Las
universidades se convirtieron en tribunas de clases muy afortunadas, donde el
ingreso lo determinaba el origen social o la posesión de recursos económicos
altos. Las casas de educación superior aludían el principio de la autonomía. En
efecto la autonomía universitaria es el más elemental ejercicio de pensamiento
y acción libre. Fue varias veces violentado, y sus efectos sobre las generaciones
estudiantiles fueron evidentes.
En fin, una educación entonces condicionada por el interés de la clase
dominante y sus amos foráneos. Con semejante cuadro clínico a cuestas, la tarea
de la transformación educativa no es fácil.
En revolución, la educación es la principal arma para profundizar esa transformación. El cambio de antivalores, la supresión de las
prácticas conceptuales erróneas, el mejoramiento progresivo de las condiciones
del hecho educativo, y la preparación de las oleadas revolucionarias, son parte
de esa titánica y tan anhelada tarea. Pues de la revolución educativa y
cultural, se tendrá el sustento para continuar la sociedad de justicia e
igualdad social que rescata la constitución nacional. La diferencia es abismal,
sin duda. Desde el inicio del gobierno del comandante supremo Hugo Chávez, la
cuestión de mejoramiento del sistema educativo estuvo presente. Con limitados
recursos en una primera fase, el frente de batalla inicial lo constituyó
rescatar el carácter gratuito y público, y de la capacidad del Estado para
cumplir tal fin. Y efectivamente se logró. Dimos un golpe de timón con respecto
a la mencionada política privatizadora que defendía el sistema político
bipartidista puntofijista en sus últimos
años.
Sin duda, uno de los más extraordinarios logros de la revolución
bolivariana, ha sido el avance en la materia de educación nacional en todos sus
niveles. Se exhiben logros que cualquier país europeo en este momento
envidiaría poseer. La recuperación de la calidad de la educación, las
condiciones sociales del estudiantado, la gratuidad y el carácter
verdaderamente público, la erradicación del analfabetismo, la inclusión a
través de las misiones educativas Robinson, Ribas y Sucre, el otorgamiento de
herramientas como los portátiles Canaima, la entrega de libros gratuitos, el
incremento del número de universidades, la matrícula estudiantil más alta de
Suramérica, solo por mencionar algunos hechos concretos. El Estado ha desarrollado una consecuente
inversión y atención a todos los componentes del sistema educativo, que tras
años de abandono y desidia, se había convertido solo en un medio ejecutor de
las premisas del capital y del sistema económico dominante desde hace 500 años.
El sistema educativo es transversalizado por una política social, que
incluye la alimentación, la dotación, el deporte, la lectura y la salud como
parte del que hacer diario en las diversas casas de estudio.
La articulación del PLAN NACIONAL SIMÓN BOLÍVAR y la propuesta del programa
de la patria con el sistema educativo, donde por primera vez se contempla una
prioridad de Estado con respecto a las carreras ofertadas a nivel
universitario, para que estén en concordancia con dichos proyectos, y
garantizar la formación en áreas estratégicas.
El sistema educativo Bolivariano, ha generado condiciones de igualdad y de
justicia, que nos replanteó el hecho de la revolución como hecho cultural. El
rescate de nuestros valores, el papel del colectivo en el proceso educativo, la
conciencia y la participación colectiva son avances sin suda.
Pero no obstante, hay que preguntarse si en efecto, hemos sido lo
suficientemente eficientes en la aplicación del sistema educativo
revolucionario. Apelando a la autocrítica, y como docente forjado desde los
diversos niveles, me permito dejar sobre la mesa algunas interrogantes, que nos
permitan en una entrega posterior ponderar dicha efectividad:
¿Ha generado el sistema educativo bolivariano un impacto real sobre el cambio
cultural de la violencia en los jóvenes
de la educación media?
¿Existe total claridad y disposición de los docentes encargados de la
aplicación del sistema, así como la necesidad de optimizar los recursos que con
tanto esfuerzo ha alcanzado la
Revolución ?
¿Hay compromiso real de todo el sector docente de lo que significa la Revolución y su nueva
ética?
¿Hemos valorado en su justa dimensión, el papel distorsionador y alienante
de los medios de comunicación masivos en el proceso educativo?
¿Son hoy día nuestras universidades, verdaderos recintos de discusión del
proceso revolucionario, y más allá de la aplicación de ese proceso?
¿Es la autonomía universitaria excusa para no ponerse al frente de los
cambios que reclama el país?
¿Es posible incorporar el tema de la seguridad y defensa integral en todos
los niveles del sistema educativo?
¿Hasta donde hemos avanzado para alejarnos de la descripción del sistema
educativo anterior con respecto a la formación solo de mano de obra para el
sistema económico capitalista?
¿Hemos generado la
Revolución cultural?
¡Independencia y patria socialista!
¡Viviremos y venceremos!
(*) Docente revolucionario, investigador social y militante
Bolivariano.