ENFOQUE DIALÉCTICO
.
Dueño del medio: dueño del
mensaje.
Por: Willmer Chang (*)
La guerra de baja intensidad es una de las tácticas psicológicas diseñadas
para ejercer el control de las mentes de quienes vivimos en la sociedad del
siglo XXI. Esta práctica consiste en el manejo, distorsión o apropiación de los
mensajes que se emanan desde los medios comunicativos, y por ende su efecto
sobre la población cautiva. Con el avance tecnológico de la última década en
materia de telecomunicaciones, este mecanismo se ha puesto en condiciones
inimaginables en velocidad, efectividad y asertividad. El problema estriba en
que esa parafernalia mediática responde a la lógica del Capital, y a las élites
que manejan los emporios comunicacionales del mundo, y sus apéndices en los
países que conforman el concierto internacional.
La guerra
mediática ha traspasado la frontera de la ética y los valores. Ha conformado
una perversa forma de alienar a millones
de seres humanos. Desde las
corporaciones internacionales de la comunicación e información se trazan las
matrices de opinión que el mundo ha de recibir diariamente, y que por fuerza de
la repetición e intensidad de estás, a veces traspasan el verdadero hecho o
noticia. Joseph Goebbels,
quien fungiera como ministro de propaganda de la Alemania Nazi afirmaba: “una
mentira repetida mil veces, se convierte en una verdad”. Parece que es una de las máximas de este
complejo empresarial de los medios, que no escatiman esfuerzos hasta propagar
de manera efervescente sus intereses y necesidades utilizando para ello toda la
estructura. Desde el terrorismo, la intriga, las medias verdades o las
“informaciones no confirmadas”, se ejecuta con alevosía y perversión, la
bastarda tarea de conquistar las mentes (nuevo teatro de operaciones de la
guerra del siglo XXI) en condiciones de desventaja para el infortunado
espectador común que ignora la verdadera dimensión de esta clase de
operaciones.
Cabe
preguntarse, si los medios de comunicación son parte de las grandes
corporaciones transnacionales, y si estas corporaciones son política e
ideológicamente contrarias a los
Estados
nacionales progresistas o revolucionarios, ¿Cuál será el tratamiento de los
mensajes que abordarán? ¿Cuáles serán los códigos que divulgaran? ¿Qué clase de
legitimidad pueden tener frente a los intereses de las élites y las
corporaciones?
Es en ese
escenario donde se conjugan la lógica del capital, sus leyes y los propios
intereses de las corporaciones mediáticas. Apoyados en los avances
tecnológicos, y la capacidad de difusión, esos mensajes pueden incluso alterar
el pensamiento o percepción colectiva. Por eso es que en el ámbito político,
los Estados nacionales encuentran barreras en la mediática internacional y
local.
En la República Bolivariana
de Venezuela, no escapamos a esa amarga realidad. Hemos sido testigos de
excepción de lo que el poder de los medios y sus intereses pueden hacer a un
gobierno constituido. Desde el ascenso al poder del comandante supremo Hugo
Chávez, la población ha sido sometida al bombardeo inclemente en materia
comunicacional. La orientación revolucionaria del gobierno bolivariano, en
todas sus etapas y trayectos, ha sido satanizada o vilipendiada. Son chocantes
y sorprendentes las muestras de las operaciones psicológicas desarrolladas sobre
nuestra población. En la década final de los años 90 enfilaron los cañones
contra la constituyente, propuesta del presidente Chávez para realizar en
colectivo una nueva carta magna adaptada a los nuevos tiempos. Se especuló con
una acción envolvente (radio, prensa, televisión) el carácter “dictador” de esa
acción política.
Se
aterrorizó con una “cubanización castrocomunista” y una dictadura
“militarizada”, con la “expropiación de bienes (y hasta de la patria potestad
de los hijos) en un escenario de polarización política, en donde las élites
económicas burguesas y los partidos tradicionales vieron afectados sus
intereses y privilegios. Luego atacaron desde la trinchera del golpe mediático
en los hechos de Abril del 2002, dando una muestra del poder de los medios para
imponer condiciones políticas, utilizando el carácter reproductivo de las
mentiras y medias verdades. Continuaron en diciembre de 2002, con un paro
petrolero infausto, escoltado con miles
de horas de transmisión de partes de guerra de la oposición, y a su vez de las carencias y penurias
ocasionadas por tal hecho.
Los hechos
de la plaza Altamira con un show mediático llevado a cabo por los mismos
conspiradores pertenecientes a un sector del generalato golpista, ya
comprometido desde abril del 2002. Las constantes “ollas mediáticas” en contra
de las acciones del gobierno, hasta objetar todo logro o beneficio. Las
campañas de odio en contra de una parte de la población, por ser el más numeroso y popular de los
estamentos. El descrédito de todas las misiones y planes del gobierno
revolucionario. Y más recientemente las posturas antipaz adoptadas para apoyar
al perdedor candidato Enrique Capriles en las elecciones del 14 de abril de
2013, haciendo llamados en vivo y directo a desconocer autoridades y propiciar
el caos y la confrontación. Todo esto es una apología al delito. Y con sobrada
razón, es parte de la desconfianza de muchos sobre el entramado mediático, su
inexistente ética, y la evidente conexión con intereses transnacionales y
burgueses que nada tienen que ver con el concepto de “patria”.
Los dueños
de los medios son dueños de los mensajes que son transmitidos. No se piensa en
el interés común. Solo se busca obtener intereses propios y que produzcan
ganancias. Y lógicamente, la población desprevenida e incauta solo puede
“aceptar” como verdad este mecanismo de implantación. Tras años de exposición
ante este hecho, ya es posible ver resultados en parte de la población. Llegan
a desarrollar posturas políticas inducidas por los medios, que se abrogan la
vanguardia del movimiento opositor. En otras entregas hemos disertado acerca de
que si lo que recibimos es información o propaganda (y en muchos casos
propaganda de guerra y confrontación), y la duda esta justificada. Si el
mensaje a transmitir se masifica en función de una sesgada perspectiva, el
receptor no tiene mucha oportunidad de generar una postura crítica. Es allí
donde el proceso de alienación se lleva a cabo. Pero si esto es acompañado por
una buena dosis de odio, confrontación, racismo, xenofobia, y desprecio, se
convierte en un arma psicológica muy
poderosa. Es tan poderosa en sí misma, que ha logrado llegar a sectores que
antes apoyaban la revolución. Ha logrado invertir esa concepción ortodoxa de
lucha de clases, y confundir a sectores de importancia en el estrato más
humilde. Y en los sectores que han apoyado históricamente al oposicionismo, ha
arraigado el desprecio hacia todo lo que tenga que ver con la revolución
bolivariana. No podemos aceptar que el terrorismo mediático se incube en
nuestra sociedad. Los efectos nocivos de la irresponsable actitud de los dueños
de medios de comunicación, ya han cobrado muchas víctimas. Y su continuidad,
podrían desencadenar un estado de conmoción y desinformación tal, que sea
inviable la acción del Estado. Los hechos del 15 de abril, luego del
conocimiento de los resultados electorales, no hacen sino avalar el
planteamiento de guerra mediática. Y esta guerra es sin cuartel. El bombardeo
seguirá en función de apoderarse de la verdad, y de la necesidad de crear
zozobra y desánimo en la población en general.
Debemos
acudir de manera inmediata a la formación de nuestra población, contrarrestando
con información veraz y oportuna en los medios del SIBCI, comunitarios, y el
mismo poder popular. A cada conspiración se debe salir al paso inmediatamente,
aclarando con argumentos claros y precisos. Se debe empezar a ejercer
contundentemente la ley de responsabilidad social en radio y televisión,
precisando responsabilidades para que sean aplicados los referentes
correctivos. En la trinchera de las redes sociales, debemos pensar en la
posibilidad de regular los contenidos y afirmaciones que se realizan, pues
sociológicamente impactan de manera muy profunda a nuestra sociedad. Es una
repetición de mensajes, dirigidos
en muchos casos con la intención de
descrédito o de generar a una matriz de opinión sesgada. Con pasmosa angustia
observamos esos mensajes correr libremente en estas redes sociales, sin que se
pueda detener su avance tóxico y malsano.
Este es un
necesario reconocimiento al poder mediático. No se puede obviar en la dirección
política militar el efecto demoledor de este hecho, ya que ha afectado
reiterativamente el avance y consolidación del proceso revolucionario.
Reafirmamos la tesis de una necesaria revisión de las contramedidas, las
acciones, herramientas y ofensivas comunicacionales. Del fortalecimiento de
nuestra capacidad para reaccionar tempranamente ante las amenazas mediáticas,
radica el éxito y avance a una sociedad que no confunda la desinformación con
verdad, y será un aporte más a la concientización de la población
revolucionaria.
Chávez Vive, la lucha sigue.
¡Independencia y patria socialista!
¡Viviremos y venceremos!
(*) Docente revolucionario, investigador social y militante
Bolivariano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario