sábado, 27 de abril de 2013




ENFOQUE DIALÉCTICO
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Dueño del medio: dueño del mensaje.

Por: Willmer Chang (*)


La guerra de baja intensidad es una de las tácticas psicológicas diseñadas para ejercer el control de las mentes de quienes vivimos en la sociedad del siglo XXI. Esta práctica consiste en el manejo, distorsión o apropiación de los mensajes que se emanan desde los medios comunicativos, y por ende su efecto sobre la población cautiva. Con el avance tecnológico de la última década en materia de telecomunicaciones, este mecanismo se ha puesto en condiciones inimaginables en velocidad, efectividad y asertividad. El problema estriba en que esa parafernalia mediática responde a la lógica del Capital, y a las élites que manejan los emporios comunicacionales del mundo, y sus apéndices en los países que conforman el concierto internacional.

La guerra mediática ha traspasado la frontera de la ética y los valores. Ha conformado una perversa forma de alienar a  millones de seres humanos.  Desde las corporaciones internacionales de la comunicación e información se trazan las matrices de opinión que el mundo ha de recibir diariamente, y que por fuerza de la repetición e intensidad de estás, a veces traspasan el verdadero hecho o noticia. Joseph Goebbels, quien fungiera como ministro de propaganda de la Alemania Nazi afirmaba: “una mentira repetida mil veces, se convierte en una verdad”.  Parece que es una de las máximas de este complejo empresarial de los medios, que no escatiman esfuerzos hasta propagar de manera efervescente sus intereses y necesidades utilizando para ello toda la estructura. Desde el terrorismo, la intriga, las medias verdades o las “informaciones no confirmadas”, se ejecuta con alevosía y perversión, la bastarda tarea de conquistar las mentes (nuevo teatro de operaciones de la guerra del siglo XXI) en condiciones de desventaja para el infortunado espectador común que ignora la verdadera dimensión de esta clase de operaciones.

Cabe preguntarse, si los medios de comunicación son parte de las grandes corporaciones transnacionales, y si estas corporaciones son política e ideológicamente contrarias a los
Estados nacionales progresistas o revolucionarios, ¿Cuál será el tratamiento de los mensajes que abordarán? ¿Cuáles serán los códigos que divulgaran? ¿Qué clase de legitimidad pueden tener frente a los intereses de las élites y las corporaciones?

Es en ese escenario donde se conjugan la lógica del capital, sus leyes y los propios intereses de las corporaciones mediáticas. Apoyados en los avances tecnológicos, y la capacidad de difusión, esos mensajes pueden incluso alterar el pensamiento o percepción colectiva. Por eso es que en el ámbito político, los Estados nacionales encuentran barreras en la mediática internacional y local.

En la República Bolivariana de Venezuela, no escapamos a esa amarga realidad. Hemos sido testigos de excepción de lo que el poder de los medios y sus intereses pueden hacer a un gobierno constituido. Desde el ascenso al poder del comandante supremo Hugo Chávez, la población ha sido sometida al bombardeo inclemente en materia comunicacional. La orientación revolucionaria del gobierno bolivariano, en todas sus etapas y trayectos, ha sido satanizada o vilipendiada. Son chocantes y sorprendentes las muestras de las operaciones psicológicas desarrolladas sobre nuestra población. En la década final de los años 90 enfilaron los cañones contra la constituyente, propuesta del presidente Chávez para realizar en colectivo una nueva carta magna adaptada a los nuevos tiempos. Se especuló con una acción envolvente (radio, prensa, televisión) el carácter “dictador” de esa acción política.

Se aterrorizó con una “cubanización castrocomunista” y una dictadura “militarizada”, con la “expropiación de bienes (y hasta de la patria potestad de los hijos) en un escenario de polarización política, en donde las élites económicas burguesas y los partidos tradicionales vieron afectados sus intereses y privilegios. Luego atacaron desde la trinchera del golpe mediático en los hechos de Abril del 2002, dando una muestra del poder de los medios para imponer condiciones políticas, utilizando el carácter reproductivo de las mentiras y medias verdades. Continuaron en diciembre de 2002, con un paro petrolero infausto,  escoltado con miles de horas de transmisión de partes de guerra de la oposición,  y a su vez de las carencias y penurias ocasionadas por tal hecho.

Los hechos de la plaza Altamira con un show mediático llevado a cabo por los mismos conspiradores pertenecientes a un sector del generalato golpista, ya comprometido desde abril del 2002. Las constantes “ollas mediáticas” en contra de las acciones del gobierno, hasta objetar todo logro o beneficio. Las campañas de odio en contra de una parte de la población,  por ser el más numeroso y popular de los estamentos. El descrédito de todas las misiones y planes del gobierno revolucionario. Y más recientemente las posturas antipaz adoptadas para apoyar al perdedor candidato Enrique Capriles en las elecciones del 14 de abril de 2013, haciendo llamados en vivo y directo a desconocer autoridades y propiciar el caos y la confrontación. Todo esto es una apología al delito. Y con sobrada razón, es parte de la desconfianza de muchos sobre el entramado mediático, su inexistente ética, y la evidente conexión con intereses transnacionales y burgueses que nada tienen que ver con el concepto de “patria”.

Los dueños de los medios son dueños de los mensajes que son transmitidos. No se piensa en el interés común. Solo se busca obtener intereses propios y que produzcan ganancias. Y lógicamente, la población desprevenida e incauta solo puede “aceptar” como verdad este mecanismo de implantación. Tras años de exposición ante este hecho, ya es posible ver resultados en parte de la población. Llegan a desarrollar posturas políticas inducidas por los medios, que se abrogan la vanguardia del movimiento opositor. En otras entregas hemos disertado acerca de que si lo que recibimos es información o propaganda (y en muchos casos propaganda de guerra y confrontación), y la duda esta justificada. Si el mensaje a transmitir se masifica en función de una sesgada perspectiva, el receptor no tiene mucha oportunidad de generar una postura crítica. Es allí donde el proceso de alienación se lleva a cabo. Pero si esto es acompañado por una buena dosis de odio, confrontación, racismo, xenofobia, y desprecio, se convierte en un arma psicológica  muy poderosa. Es tan poderosa en sí misma, que ha logrado llegar a sectores que antes apoyaban la revolución. Ha logrado invertir esa concepción ortodoxa de lucha de clases, y confundir a sectores de importancia en el estrato más humilde. Y en los sectores que han apoyado históricamente al oposicionismo, ha arraigado el desprecio hacia todo lo que tenga que ver con la revolución bolivariana. No podemos aceptar que el terrorismo mediático se incube en nuestra sociedad. Los efectos nocivos de la irresponsable actitud de los dueños de medios de comunicación, ya han cobrado muchas víctimas. Y su continuidad, podrían desencadenar un estado de conmoción y desinformación tal, que sea inviable la acción del Estado. Los hechos del 15 de abril, luego del conocimiento de los resultados electorales, no hacen sino avalar el planteamiento de guerra mediática. Y esta guerra es sin cuartel. El bombardeo seguirá en función de apoderarse de la verdad, y de la necesidad de crear zozobra y desánimo en la población en general.

Debemos acudir de manera inmediata a la formación de nuestra población, contrarrestando con información veraz y oportuna en los medios del SIBCI, comunitarios, y el mismo poder popular. A cada conspiración se debe salir al paso inmediatamente, aclarando con argumentos claros y precisos. Se debe empezar a ejercer contundentemente la ley de responsabilidad social en radio y televisión, precisando responsabilidades para que sean aplicados los referentes correctivos. En la trinchera de las redes sociales, debemos pensar en la posibilidad de regular los contenidos y afirmaciones que se realizan, pues sociológicamente impactan de manera muy profunda a nuestra sociedad. Es una repetición de mensajes,  dirigidos en  muchos casos con la intención de descrédito o de generar a una matriz de opinión sesgada. Con pasmosa angustia observamos esos mensajes correr libremente en estas redes sociales, sin que se pueda detener su avance tóxico y malsano.

Este es un necesario reconocimiento al poder mediático. No se puede obviar en la dirección política militar el efecto demoledor de este hecho, ya que ha afectado reiterativamente el avance y consolidación del proceso revolucionario. Reafirmamos la tesis de una necesaria revisión de las contramedidas, las acciones, herramientas y ofensivas comunicacionales. Del fortalecimiento de nuestra capacidad para reaccionar tempranamente ante las amenazas mediáticas, radica el éxito y avance a una sociedad que no confunda la desinformación con verdad, y será un aporte más a la concientización de la población revolucionaria.





Chávez Vive, la lucha sigue.

¡Independencia y patria socialista!

¡Viviremos y venceremos!


(*) Docente revolucionario, investigador social y militante Bolivariano.